La Señora Finigan
A cada minuto y a cada hora que pasa, me sigo 
atormentando con un torbellino de ideas y posibilidades, que se quedaron
 sin responder desde aquélla espantosa tarde en la que salí corriendo de
 la casa de la Señora Finigan. Fue tan espantoso lo que vi, que aún sigo
 pensando fue sólo una pesadilla. Sin embargo, este relato que cuento 
ahora  y me atrevo a mencionar, comprueba que fueron sucesos totalmente 
reales.
Todo comenzó cuando vivía en la casa de una tía, que 
siempre me recibía con los brazos abiertos, sin esperar nada a cambio. 
Ese verano había tomado tal decisión debido al repentino nuevo trabajo 
de mi padre ya que tenía que mudarse al extranjero por una temporada, mi
 madre había fallecido cuando mi hermana pequeña nació, esa fue la 
temporada donde cualquier persona me veía cuidando siempre a mi hermana 
pequeña de 3 años.
En ese entonces yo constaba de 14 años, me 
encantaba leer y salir a veces por las tardes a sentarme en el parque 
detrás de la casa de mi tía a escribir pequeños cuentos de ficción, 
terror y hasta de aventuras debido a los todos esos libros que había 
leído y me habían  llenado la mente de aventuras literarias.
En 
la casa de mi tía, mis actividades cotidianas o espontáneas no se 
detuvieron; mientras mis primos jugaban futbol con sus amigos en la 
calle, yo me dedicaba a sentarme en la orilla de la banqueta a leer o 
escribir. Una tarde mientras leía tranquilamente, a lo lejos vi una 
pobre anciana, que batallaba con sus bolsas del supermercado la anciana 
apenas podía caminar y cargar sus compras. Así que guardando el libro en
 mi mochila que llevaba a todas partes  y viendo que mis primos estaban 
 a punto de golpearla con el balón, me levanté y caminé hacia ella.
-¿Le ayudo señora?- Le pregunté al llegar junto a ella.
-Si
 señorita muchas gracias- contestó mirándome con una extraña sonrisa que
 me hizo recordar un fragmento de un cuento "El terrible anciano"
-¿Me Permite?- Proseguí tomando sus bolsas, que me costó trabajo cargar era yo una chica debilucha.
La
 Sra. Finigan, ya que poco tiempo después me enteré que así se llamaba, 
era una vieja de mediana estatura, un poco encorvada y con una nariz 
aguileña que me hacía sentir que la anciana era un ser respetable, pero a
 la vez algo perverso, pero a pesar de todo la acompañé hasta su casa 
que se encontraba en la siguiente calle de la que vivía mi tía y coloqué
 sus bolsas en uno de los sofás de su sala-comedor.
-Siéntate jovencita- argumentó la vieja con la misma sonrisa repulsiva carente de chiste.
-Si
 señora muchas gracias- dije viendo mí alrededor descubriendo varios 
objetos extraños que nunca antes había visto, o recordaba de una vida 
pasada.
-Lamento haber interrumpido tu lectura- continuó 
ofreciéndome un vaso con agua de un sabor poco común- ¿Gustarías 
quedarte a comer?- preguntó comenzando a sacar sus cosas recién 
compradas.
-Oh no muchas gracias- contesté un poco incomoda 
 mientras miraba una peculiar figura de piedra pómez que se encontraba 
en la mesita de centro- Lamento rechazar su oferta pero en estos 
momentos mi tía me ha de estar buscando para que coma-
-Entonces 
 permíteme te dé las gracias obsequiándote un tazón de fruta- dijo 
mientras se iba hacia la cocina, haciendo a un lado a un pequeño gato 
color café de ojos grandes y bonitos mostrando un color verde grisáceo, 
que hasta ese momento no había notado.
-Gracias- volví a responder mientras miraba al gato que tímidamente se había acercado a mí. 
Cargue
 al gato lo coloqué a la altura de mis ojos para mirar los suyos, y me 
di cuenta era un animal muy peculiar, sus ojos me hacían sentir como si 
este me quisiera decir algo y experimentando una rara sensación de 
advertencia, lo dejé sobré el sofá , mientras miraba un estante de 
libros con títulos extraños: " Preámbulo de la magia" por Amber K, "el 
Kybalión" por Tres iniciados, leí en otro en el momento que entraba la 
Señora Finigan con un tazón lleno de fruta picada en ángulos extraños.
-Toma querida- dijo con voz melosa
-Gracias-
 contesté tomando el tazón analizando que la señora Finigan era 
sumamente extraña, tenía libros que alguna vez escuche mencionar a un 
amigo de Universidad, como libros prohibidos y condenados, aparte de las
 extrañas sensaciones que su cara y sus movimientos me producían, eran 
vacíos carentes de sentido, me causaba repugnancia, pero a la vez una 
especie  de fascinación  incomprensible, aunque tal vez solo eran 
aspectos sin importancia .que mi mente imaginativa  asociaba con tantas 
cosas leídas.
-La fruta sabía extraña, pero no queriendo ser 
grosera, me la comí  poco a poco mientras la Señora  me contaba sobre su
 soledad, sus gatos (ya que el café no era el único) y en general acerca
 de su pasado y presente, ambos monótonos.
Al fin me terminé la fruta y prometiendo regresar a verla, regresé a la casa de mi tía.
Todos
 los días acudía a verla, y todos los días me daba algún aperitivo de 
extraño sabor, mientras seguía escuchando sobre su vida. Poco a poco 
perdí la costumbre de escribir, salvo mi pasatiempo de lectura, que 
ahora era por las noches mientras mis familiares dormían. Más este 
también fue disminuyendo, ya que cada vez pasaba más tiempo en la casa 
de la Señora Finigan, escuchando sus leyendas y cuentos sobre seres 
asombrosos relativos a su vida fascinándome cada vez más por su manera 
inexpresiva de moverse, hablar e incluso sonreír.
A pesar de todo
 con el paso del tiempo me fui acostumbrando al sabor de sus obsequios( 
que extrañamente me causaban un genio y sueño atroz)y sin comprender 
porque, la vieja ya no me parecía tan repulsiva ni extraña, esas 
opiniones me eran ahora totalmente indiferentes; Cada día me encariñaba 
más con ella y con Mildred la gatita café (que ahora sabía era una 
gata), mas había en los ojos de esta una expresión que siempre me había 
parecido conocida, una expresión que no era totalmente animalesca.
Una
 tarde mientras el sueño me vencía y la anciana había ido por un poco de
 helado a la cocina, tomé a Mildred y levantándola una vez más a la 
altura de mis ojos, para mirar los suyos, entonces fue cuando recordando
 la extraña manera de actuar de la vieja, los extraños libros en los 
estantes, las figuras raras sobre los muebles y el asqueroso sabor de 
los aperitivos, me di cuenta de todo. 
Los ojos que miraba en ese
 instante no eran comunes, expresaban dolor y miedo, los ojos que miraba
 en ese instante no eran de un animal doméstico, eran de una mujer, una 
mujer ya vieja, una mujer que ahora estaba encerrada en ese frágil 
cuerpo de gato, mientras un ser desconocido y de suma inteligencia 
usurpaba el suyo.
Totalmente asustada dejé la gata sobre el sofá y
 me acerqué cautelosamente  la entrada de la cocina, esta despedía un 
olor fétido inaguantable, y caminando lentamente a la estufa descubrí 
aun lado de esta, un libro abierto con una leyenda que nunca olvidaré y 
con el dibujo de las verdadera identidad de la repulsiva vieja 
usurpadora de cuerpos inocentes ayudándose de pociones y ritos para 
guardar las almas de sus víctimas en animales que siempre les 
acompañarán…
Eso fue lo que vi mientras la usurpadora de cuerpos 
se encontraba de espaldas vaciando una sustancia gelatinosa al helado 
que me serviría, al parecer la próxima sería yo. No sé como salí de esa 
cocina tan silenciosamente sin ser descubierta, tampoco sé como abrí la 
puerta de la casa que momentos antes la anciana había atrancado, solo 
recuerdo la espantosa escena de la cocina y cuando corrí por toda la 
calle rumbo a la casa de mi tía, con la pequeña gata en brazos que aún 
conservo como fiel compañera. Nunca volví a caminar por allí, nunca 
volví a saber de aquélla vieja siniestra junto con su terrible sonrisa, 
usurpadora de almas  y cuerpos.
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