martes, 7 de mayo de 2013

La Señora Finigan

La Señora Finigan

A cada minuto y a cada hora que pasa, me sigo atormentando con un torbellino de ideas y posibilidades, que se quedaron sin responder desde aquélla espantosa tarde en la que salí corriendo de la casa de la Señora Finigan. Fue tan espantoso lo que vi, que aún sigo pensando fue sólo una pesadilla. Sin embargo, este relato que cuento ahora  y me atrevo a mencionar, comprueba que fueron sucesos totalmente reales.

Todo comenzó cuando vivía en la casa de una tía, que siempre me recibía con los brazos abiertos, sin esperar nada a cambio. Ese verano había tomado tal decisión debido al repentino nuevo trabajo de mi padre ya que tenía que mudarse al extranjero por una temporada, mi madre había fallecido cuando mi hermana pequeña nació, esa fue la temporada donde cualquier persona me veía cuidando siempre a mi hermana pequeña de 3 años.

En ese entonces yo constaba de 14 años, me encantaba leer y salir a veces por las tardes a sentarme en el parque detrás de la casa de mi tía a escribir pequeños cuentos de ficción, terror y hasta de aventuras debido a los todos esos libros que había leído y me habían  llenado la mente de aventuras literarias.

En la casa de mi tía, mis actividades cotidianas o espontáneas no se detuvieron; mientras mis primos jugaban futbol con sus amigos en la calle, yo me dedicaba a sentarme en la orilla de la banqueta a leer o escribir. Una tarde mientras leía tranquilamente, a lo lejos vi una pobre anciana, que batallaba con sus bolsas del supermercado la anciana apenas podía caminar y cargar sus compras. Así que guardando el libro en mi mochila que llevaba a todas partes  y viendo que mis primos estaban  a punto de golpearla con el balón, me levanté y caminé hacia ella.

-¿Le ayudo señora?- Le pregunté al llegar junto a ella.

-Si señorita muchas gracias- contestó mirándome con una extraña sonrisa que me hizo recordar un fragmento de un cuento "El terrible anciano"

-¿Me Permite?- Proseguí tomando sus bolsas, que me costó trabajo cargar era yo una chica debilucha.

La Sra. Finigan, ya que poco tiempo después me enteré que así se llamaba, era una vieja de mediana estatura, un poco encorvada y con una nariz aguileña que me hacía sentir que la anciana era un ser respetable, pero a la vez algo perverso, pero a pesar de todo la acompañé hasta su casa que se encontraba en la siguiente calle de la que vivía mi tía y coloqué sus bolsas en uno de los sofás de su sala-comedor.

-Siéntate jovencita- argumentó la vieja con la misma sonrisa repulsiva carente de chiste.

-Si señora muchas gracias- dije viendo mí alrededor descubriendo varios objetos extraños que nunca antes había visto, o recordaba de una vida pasada.

-Lamento haber interrumpido tu lectura- continuó ofreciéndome un vaso con agua de un sabor poco común- ¿Gustarías quedarte a comer?- preguntó comenzando a sacar sus cosas recién compradas.

-Oh no muchas gracias- contesté un poco incomoda  mientras miraba una peculiar figura de piedra pómez que se encontraba en la mesita de centro- Lamento rechazar su oferta pero en estos momentos mi tía me ha de estar buscando para que coma-

-Entonces  permíteme te dé las gracias obsequiándote un tazón de fruta- dijo mientras se iba hacia la cocina, haciendo a un lado a un pequeño gato color café de ojos grandes y bonitos mostrando un color verde grisáceo, que hasta ese momento no había notado.

-Gracias- volví a responder mientras miraba al gato que tímidamente se había acercado a mí.

Cargue al gato lo coloqué a la altura de mis ojos para mirar los suyos, y me di cuenta era un animal muy peculiar, sus ojos me hacían sentir como si este me quisiera decir algo y experimentando una rara sensación de advertencia, lo dejé sobré el sofá , mientras miraba un estante de libros con títulos extraños: " Preámbulo de la magia" por Amber K, "el Kybalión" por Tres iniciados, leí en otro en el momento que entraba la Señora Finigan con un tazón lleno de fruta picada en ángulos extraños.

-Toma querida- dijo con voz melosa

-Gracias- contesté tomando el tazón analizando que la señora Finigan era sumamente extraña, tenía libros que alguna vez escuche mencionar a un amigo de Universidad, como libros prohibidos y condenados, aparte de las extrañas sensaciones que su cara y sus movimientos me producían, eran vacíos carentes de sentido, me causaba repugnancia, pero a la vez una especie  de fascinación  incomprensible, aunque tal vez solo eran aspectos sin importancia .que mi mente imaginativa  asociaba con tantas cosas leídas.

-La fruta sabía extraña, pero no queriendo ser grosera, me la comí  poco a poco mientras la Señora  me contaba sobre su soledad, sus gatos (ya que el café no era el único) y en general acerca de su pasado y presente, ambos monótonos.

Al fin me terminé la fruta y prometiendo regresar a verla, regresé a la casa de mi tía.

Todos los días acudía a verla, y todos los días me daba algún aperitivo de extraño sabor, mientras seguía escuchando sobre su vida. Poco a poco perdí la costumbre de escribir, salvo mi pasatiempo de lectura, que ahora era por las noches mientras mis familiares dormían. Más este también fue disminuyendo, ya que cada vez pasaba más tiempo en la casa de la Señora Finigan, escuchando sus leyendas y cuentos sobre seres asombrosos relativos a su vida fascinándome cada vez más por su manera inexpresiva de moverse, hablar e incluso sonreír.

A pesar de todo con el paso del tiempo me fui acostumbrando al sabor de sus obsequios( que extrañamente me causaban un genio y sueño atroz)y sin comprender porque, la vieja ya no me parecía tan repulsiva ni extraña, esas opiniones me eran ahora totalmente indiferentes; Cada día me encariñaba más con ella y con Mildred la gatita café (que ahora sabía era una gata), mas había en los ojos de esta una expresión que siempre me había parecido conocida, una expresión que no era totalmente animalesca.

Una tarde mientras el sueño me vencía y la anciana había ido por un poco de helado a la cocina, tomé a Mildred y levantándola una vez más a la altura de mis ojos, para mirar los suyos, entonces fue cuando recordando la extraña manera de actuar de la vieja, los extraños libros en los estantes, las figuras raras sobre los muebles y el asqueroso sabor de los aperitivos, me di cuenta de todo.

Los ojos que miraba en ese instante no eran comunes, expresaban dolor y miedo, los ojos que miraba en ese instante no eran de un animal doméstico, eran de una mujer, una mujer ya vieja, una mujer que ahora estaba encerrada en ese frágil cuerpo de gato, mientras un ser desconocido y de suma inteligencia usurpaba el suyo.

Totalmente asustada dejé la gata sobre el sofá y me acerqué cautelosamente  la entrada de la cocina, esta despedía un olor fétido inaguantable, y caminando lentamente a la estufa descubrí aun lado de esta, un libro abierto con una leyenda que nunca olvidaré y con el dibujo de las verdadera identidad de la repulsiva vieja usurpadora de cuerpos inocentes ayudándose de pociones y ritos para guardar las almas de sus víctimas en animales que siempre les acompañarán…

Eso fue lo que vi mientras la usurpadora de cuerpos se encontraba de espaldas vaciando una sustancia gelatinosa al helado que me serviría, al parecer la próxima sería yo. No sé como salí de esa cocina tan silenciosamente sin ser descubierta, tampoco sé como abrí la puerta de la casa que momentos antes la anciana había atrancado, solo recuerdo la espantosa escena de la cocina y cuando corrí por toda la calle rumbo a la casa de mi tía, con la pequeña gata en brazos que aún conservo como fiel compañera. Nunca volví a caminar por allí, nunca volví a saber de aquélla vieja siniestra junto con su terrible sonrisa, usurpadora de almas  y cuerpos.

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